jueves, 2 de octubre de 2008

Relato de un Chotiador Electoral

" ¡ Viva mi General Pérez, hijos de la tal por cual ¡ ", dijo en la oscurana una voz ronca a la mera hora de contar los votos.

Otra voz mas ronca dijo… SHÓ, y de ahí se armo la de Sanquintin hasta que llegó el molote de alguaciles a poner orden.

El antojo de ir a Jilotenango, fue de Feliciano, un profesor de Sociales. Y lo acabó de ajotar La Bella. Y yo, haciendo uso de las facultades que me confiere la regalada gana, muy confiado los seguí porque ellos son mis puros cuates. Agarramos a pata por el atajo, porque en la Cuesta de los Palos Gordos, se rumoraba que estaban los carros atascados. Allí la tierra es muy talpetatosa y bien resbaladiza. A ninguno se le alumbró la jodida que estaba por venir. A esas alturas ya eran como las doce menos cuarto. El camino a Jilotenango es empinado, y con tal de empezar a subir la sierra de a medio día para abajo, decidimos almorzar y esperamos tantito que se tancara el sol.

Bien dicen que los tiempos cambian, pero las mañas no.

Era la primera vez que en Jilotenango ponían una mesa electoral, y nosotros íbamos a reportar chanchullos en calidad de chotiadores electorales. Llevábamos la bendición de la santísima trinidad; el Rector, el Arzobispo y el Procurador. A ellos se les alcanzó armarnos caballeros andantes para chotiar las elecciones. Y a nosotros se nos metió tanto en las venas que nos lo agarramos muy en serio. Jilotenango es una aldea ubicada en medio de los cerros, con barrancos hondos, tierra suelta y altos peñascos. Tiene doce caseríos, no hay luz, ni tiempo de aire, ni nada de nada. En el camino nos llovió recio y tupidito, y los aguaceros nos destilaban hasta por en medio de los huesos. La Bella se mareó de tanto caminar mojada y con hambre. A todo eso ya habíamos pasado los Izotales, y estábamos casi encumbrando por la vuelta de Los Guachipilines. Ya llevábamos buen trecho de no saborear sosiego. Cuando la noche se nos vino encima, un suspiro nos salió de muy adentro, y entonces nos dio por pedir posada para descansar un rato en una casita humilde que estaba a la mera orilla del camino. Allí vivian un buen hombre y una viejita. Los dos ancianos solitarios, que usaban de cama, un tapesco con varas de carrizo. No recuerdo bien sus nombres, pero a pesar de la pobreza, se notaba que eran gente bondadosa. Nos dieron de comer caldito de Chatate bien recalientito, que según dijeron ellos, “…es comida buena pal desgano, y con eso nosotros aquí la vamos medio pasando…”. Eso contaron los ancianos. Aquel caldito de montes silvestres nos levantó el ánimo para seguir, y seguimos. Endilgamos la mirada y enfilamos las patas tercamente rumbo a Jilotenango. Después me enteré que en la Escuela de Nutrición, tienen esa planta silvestre como la más nutritiva descubierta hasta hoy. Cnidosculus acunitifolius, dicen los decíres que le dicen. Y seguimos trepando en la oscurana, caminando y caminando como zompopos en tiempo de canícula.

De repente, con la luz de los relámpagos, desde una loma devisamos el poblado. Apenas se miraban unas cuantas casas desperdigadas allá en el fondo, y a leguas se notaba los molotes de gente haciendo cola en el punto de votación. Estaban en un lugar que le dicen Los Encuentros. De lejos se miraba que era gente puchitera con caites y sombrero. Decían los decíres que las otras mesas las pusieron en Río Arriba. Por allí cerquita, en una tienda había música de aquella que da sed, pero en respetuancia a la ley seca, hubo de todo menos de aquello. No hubo traguitos de guisquil, ni de venadriles ni arte culinario relacionado al ramo. Todos los votantes estaban apiñados en una galerota de la escuela pública. Algunos estaban medio mojados y de cuando en cuando ponían cara de chucho regañado, pero la mayoría se miraban contentos luciendo camisa almidonada y pantalón sanforizado. Aquel entronque de los campesinos con la democracia, olía como a feria patronal y hasta ese momento ninguno se hacia chibolas. Se olfateaba que aquel nuevo centro de votación cumplía con el remedio; facilitar el voto rural de la lejanía. Las mesas estaban en un sanjon, justo en una isla del Río Carcaj. Se llegaba a votar pasando por un puente de hamaca, donde la gente se columpiaba zangoloteándose al paso. El generador de luz medio funcionaba. Todo se miraba folclórico, pero tenso. A la mera hora de destapar la urna 4, vino el encontronazo. En ese momento arreció más la lluvia y se dejaron venir más aguaceros revueltos con centellazos y relámpagos. Pero todo seguía normal, hasta que se cerró la urna y se empezaron a contar los primeros votos. Hubo dimes y diretes alegando que eran votos de los muertos, pero nada comprobable. Y nosotros, siempre chotiadores electorales, estuvimos ojo al cristo y al pisto. La cosa se puso jodida y poquito a poco la tensión subía como llamarada de tusas. Solo faltaba que alguien desgranara de su haber alguna palabrota de mal crianza para encender la mecha.

Había observadores de la OEA, y nosotros. En aquel lugar tan ermitaño, estábamos con el corazón blandito. Lo tenso nos hacia sentírnos ya almas del otro mundo. Los que contaban los votos de esa mesa, se ponían temerosos cuando en lo oscuro oían que decían… “Meneyele, meneyele pue compa. No seyga ruin, hayga o no hayga luz, usté aligérese pa contar”. Eso se oía que decían por no se donde en la oscurana. Eran unos tipos bigotudos con vestimenta rural, de mirada gacha y con corvo envainado en la cintura. Tenían toda la plantota de patrulleros. ¡ “Viva mi general Pérez, hijos de la tal por cual” ¡, dijo una voz ronca en las tinieblas. El agua arreció aun más, y ya a disoras el río no tenia orilla. Un espantoso zumbido de agua se dispersaba entre los cerros río abajo. Que call center ni que ocho cuartos, en Jilotenango solo se dan avisos con señales de humo o con la ayuda de algún santo arrecho. Menos mal que a Dios no se le a acabado lo buena gente, porque con su ayuda, la jaurilla de observadores muy aventajados en el arte de la palabra, logró calmar los ánimos a puros palabreados. Pronto guardaron las ganas de ganar, y de allí los sumos empezaron a bajar y finalmente reinó la respetuancia a la voluntad mayoritaria. Nosotros tomamos jugo de naranja para que el valor se nos bajara a su lugar.

Ya por la madrugada del día después, quitando peñascos y derrumbes, logramos salir de Jilotenango como a eso de las tres de la mañana. Feliciano y la Bella venían de juelgo alto, y alcanzando resuello ya no hablaban.

Ahí veníamos en fila india, bien mojados hasta el cubilete y con las actas electorales en la mano. Todo eso vive uno por andar metido en babosadas, pero digo yo que en apoyo a la democracia y a la libertad, bien vale la pena rifarse hasta el pellejo. Esto viene a colación para no volver a planificar más elecciones en tiempos de aguaceros. GuateMaya se lo merece.

Doy Fe.

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