jueves, 23 de octubre de 2008

Remedios

REMEDIOS DE LOS TIEMPOS DIANTES

Guatechapines,

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Fijense que hace como unas dos o tres semanas, a José Mejía (Chepe Cachetes) un agricultor frijolero del Oriente, le salieron en el lomo unas grandes ronchas como de este porte.
Y de ribete lo jodió un mal aire con dolor de rabadilla.

Y agarramos viaje pa la Capital, hasta ir a parar a un lujoso sanatorio médico, que está allí por la zona 10. Cabal atracíto del Campo Marte.
Ya van a ver lo que pasó, fíjense bien y van a ver.
De topadíta, la seño le hizo un nutrido rosario de preguntas al enfermo, pero una fué la que a mi me puso más avispado: ¿Tiene usted tarjeta de crédito?. Si señíto, contestó Chepe. ¿Autoriza chequear su saldo?. Claro que si, volvió a contestar el adolorido agricultor. Bien, le dijo ella, su saldo es veinte mil novecientos con treinta centavos, ¿Es correcto?. Claro que si, dijo el muy bruto.
Un tipo barrigudo y cachetón con mirada de chucho Buldog, nos chotiaba de reojo con una escopeta cuache en la mano que ya casi me alcanzaba el tronco de la oreja.

A partir de allí, le recetaron a Chepe Cachetes un abanico de exámenes con nombres raros y usando extraños aparatos. Curiosamente, el monto del gasto llegó cabalíto a veinte mil ochocientos cincuenta lorocos.

En ese momento se desgajaron de mi mente recuerdos del Doctor Aquino, aquel agraciado extensionista que llegaba a curar al pueblo. Era un hombre apacible y de buen humor, que tan solo con saludarlo, uno ya se sentía alentado. De eso ya hace mucho, eran aquellos tiempos cuando el mar muerto aun estaba enfermo.

Para el dolor de rabadilla, el Doctor Aquino recetaba emplastos con hojitas de romero, y la gente se curaba. Al que no tenia pisto, lo curaba fiado, y a veces esperaba el pago hasta la cosecha del mayzal. A veces le pagaban con pollos, chumpes o gallinitas de patio. El doctor trabajaba por su cuenta y llegaba al pueblo una que otra vez al mes, y nunca cobraba jaranas. La gente le pagaba por su voluntad. El decía que de esa manera, había recorrido toda Guatemala. Desde Jerez Jutiapa hasta Pajapita San Marcos, y se lo creíamos.
Me acuerdo que una vez llegó a la aldea vacunando gente contra la polio. Y cuando le iba a poner la indeccion a mi tío Chano, mi tío sorprendido le pregunto: ¿Doctor, esa gran agujota me va meter?, -Nooo, no don Chano, solo la puntiiita. –Mmmm, ¿aaah, como no?, viera Doctor que así le dijeron a mi hermana y después ella cargó un gran burrunche nueve meses…

Para el costipado recuerdo que el Doctor recetaba gotitas de romero revueltas con aceite de ricino. Si a los chiquitillos se les zafaban las barrillas o se les caía el cuajo y la mamá sospechaba de algún mal aire, entonces él les sopapiaba la mollera y les tomaba el pulso con las yemas de los dedos. A veces resultaba dando buches de agua tibia y salmuera, revuelto con chipustes de Palo Jiote y se los ponía a uno como emplastos en la nuca.
Y eso es puuuro cierto, yo vi que se curaban los patojitos.
Para la memoria de los viejitos, el Doctor afirmó tener un buen remedio, pero el mismo nunca pudo recordar el nombre.

El Doctor Aquino era un viejo ñecudo, colorado y altote que medía como uno noventa, o más quizás. Su mirada parecía chucho Colli, y en el fondo era apacible y servicial. A él, nunca se le acabó lo buena gente. Unos decían que era de Gualan Zacapa, otros que de Sansare y hasta decían que era del Cerinal. Nunca se supo de donde aquel buen hombre, solo se sabía que era médico y agrónomo.

Recuerdo que para el hipo recomendaba un susto, y si el enfermo era un recién nacido, entonces con la saliva de la nana, le pegaba en la frente un trapito colorado.

Para el mal de orín o mal de ojo, recomendaba horchata de jilote, para un estornudo daba cafiasprinas y mejorales, para el chorrillo recetaba horchata de semillas de Tapa Culo, bien destripadas en piedra de moler. Para las lombrices alborotadas recetaba cojollos de apazòte o bolitas de alcanfor, para el mal de camioneta daba Papelitos de Don Yemo, y para el riñón daba píldoras de Guit o pastillas del Doctor Roos.

Con tal de curar, el doctor Aquino le hacía a todo, menos a robar.
Sacaba muelas, ponía lavativas, daba purgantes de castor, de sal inglesa y de citrato de magnesio. ¿Qué no hacia el doctor Aquino?. Atendía hasta partos de yeguas, capaba coches, vacunaba pollos, hacía aboneras y todo aquello relacionado al ramo. También recetaba comida para recién casados, para velorios, y hasta pócimas para viejos divorciados o rabos verdes que quisieran seguir haciendo uso intensivo del utensilio. A los mayorcitos que quisieran matrimoniarse de segundo hervor, el doctor Aquino les recetaba cebolla colorada revuelta con sucrol, por aquello de que cuando el pájaro despertara se recordaran para que servía. Y si uno andaba con cara de chucho putiado, él hasta le convidaba poemas para enamorados.
¿Como la ven desdiay?, ¿a caso no es desarrollo humano eso?, ¿a ver?, ¿díganme si no?, ¿y diay…por qué se nos hizo tarde tan temprano? ¿en donde hemos fallado?....

Ahora que andamos con los precios tan inflados y la mujer en el mismo estado, urge pepenar la solidaridad. La verdá, la mera verdá, es que con ese modito de que cada quien arregle sus cositas por su cuenta, si que vamos bien jodidos.

Me acuerdo que el Doctor Aquino a ninguno le preguntaba si tenía pisto, o no. Si el caso del enfermo era grave, entonces se lo llevaba en la palangana de su picopito a la ciudad (el Reino Unido de Chiquimula).

Lo recuerdo bien, porque de ischoco yo le cargaba sus chunches en la aldea para arriba y para abajo, y toda la recompensa que él Doctor me daba era un par de caramelos o un librito bien chulo que encima decía: “Escuela Para Todos”.

De repentito, así de un día para otro, a mí también me dio dolor de rabadilla, junto con ronchas, desgano y hasta destrago de comer. Como que era empacho. Caí en cama como con dengue o no sé que diablos decían que era aquello. El doctor Aquino, ya no volvió a la aldea. Fíjense que por así de tantito y me voy con Pancho. Estuve a punto de patiar la cubeta y de tirarme la talanquera para irme al otro potrero. ¿Pero ya ven pues?..la yerbabuena nunca muere. Las horchatas de cojollos de guayaba revuelto con timboque que me dio mi mamá, me levantaron como a eso del mes y medio. Les juro que bajé de peso, y sin mentirles, llegue a pesar como unas dos o tres arrobas, o talvéz menos. Pero por fin, me levanté usando los remedios diantes del Doctor Aquino.
Cuando salí a la plaza de la aldea, yo iba todo puspo y caminando tembeleque. Vi hasta el fondo y apenitas alcance a leer un rotulo, que decía:

Doctor Manuel Aquino
Ministro de Agricultura...

...y fue muy bueno,... un hombre muy humano.

¿Qué nos pasa con el desarrollo rural?, ¿y la honestidad?, ¿y la solidaridad? ¿y la compasión, porque la hemos jubilado?


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Un mentado
Saúl Guerra
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