jueves, 7 de mayo de 2009

Catarro de coche


eLchotiadero.

catarro de coche.

Más conocida como fiebre porcina.

Dicen los decíres que hombre prevenido vale por dos, y pareja desprevenida vale por tres. Y eso es puro cierto. La Venganza del Coche son señales del fin, como un fiel cumplimiento de las profecías que nos tragamos. La verdá, ante las gripes calenturientas que hemos pasado en Guatemala, esta del coche no es nada, ya adquirimos inmunidad, y nos hemos vuelto tan talishtes que ahorita ya vamos por la Fiebre del Burro. Ante la influenza cochina sonreír es la mejor vacuna, y viendo lo jodido que está el sistema de salud chapinlandezco, ahí les van las…

10 recomendaciones Chapinas:

Uno: No comer chicharrones con gripe. -¿del coche?,-No, de uno. Stop a los tacos al pastor, y dado que la influenza nos viene del norte, entonces gringos go jome y gringas wellcome.

Dos: Para que sea alegre la cafetiada, tené a la mano una buena baraja española, dados, ponche y los chistes de velorio. Tres: Al primer estornudo, hipo o suspiro, tené a la vista tu póliza de seguro y ponéte al día con el colocho aunque trabajés en Jarvar, Jolivud o Beber ly jills o Lo de Coy o que se yo donde diablos conseguís pa los frijoles. Y para evitar las coperachas, reservá un shó servicio funerario con, tamales, paches, tamalitos de chipilín, shepes y shucos de carne asada.

Cuatro: Y si has estado echado a la perdición, pues entonces que el señor te agarre confesado porque los coches no entraran al reino de los cielos. Si de chucho pasaste a coche, entonces despedíte de las cochadas, es decir, de la canasta básica del sope, porque en Guatemala la influenza es sinónimo de petatiar, parar las patas, estirar los hules, palmolive, patiar la cubeta, palmar, pocariarlo, chajalele, ishcamic, tirar los tenis, entregar el equipo, cafetearlo, colgar la tualla, pasar a mejor vida, irse al otro potrero, etc. Escrito está, “del polvo vienes y en polvo acabarás”. El que tenga ojos que oiga y el que tenga oídos que vea, el entendido a palos y el rustico a señas, mas gallo no canta un claro porque es más fácil que pase una aguja por el hoyo de un camello, que un COCHE se salve.

Cinco: Ante la posible escasez de pan y chuchitos pal velorio, encargalos con tiempo. Mejor si es Pan de Mujer, el de Jutiapa.

Seis: Encargáte un buen café con piquete, pero que sea orgánico, mejor si es de la Facultad de Agronomía.

Siete: Reservar misa de cuerpo presente, agregando la de nueve días y extensiva al cabo de año porque en combo sale más favorable.

Ocho: Para que el cortejo fúnebre tenga pegue, es menester contratar con tiempo a las rezadoras de San Luis Jilotepeque, incluyendo chillidos y lamentos, ahora si sus mercedes quieren un cortejo con estilacho chapinlandio, entonces contratar la banda del pueblo o el mariachi_memos, según sea el caso.

Nueve: Dejar todos los papeles en orden, para disfrute de la nueva pareja, para los retoños reconocidos y alguno que otro matochazo.

Diez: Para evitar aquello de que el muerto al hoyo y el lechero al bollo, que el combo párroquial te incluya prohibición casamientera antes del cabo de año. ¿ya vieron muchá?, tantito uno este alentado hay que echarse la pasiada.

Recuerden que los seguros no incluyen matochazos. Por eso y para evitar tener hijos, no hay que tener relaciones con la esposa, hay que hacerlo con la comadre para que nazcan solo ahijados. Caso contrario, tu familia pobreza frecuentará los comedores solidarios.

Saludos chapines desde el más acá, con un pie porcino en el más allá:

El mentado

Chinto Cuentanecdotas,

GuateAmala, 30 de abril 2009.


Catarro de coche


Este era un mi cuate que llevó a escondidas a su traida a un Motel, de esos que hay alli por la calzada Rusvel. Y sin perdida de tiempo se ensaguanaron pues. Resulta que despues de la calurosa jornada deportiva, al querer salir del sagrado templpo del placer, el carro no arrancó. Entonces mi cuate echó a la trayda en un taxi, y él se quedó y llamó a su papa. Llego el don. Despues entre los dos papa e hijo empujaron el carro, uno dirigiendo el timon y el otro empujando, y cuando iban saliendo del motel, los patojos chingones de afuera que estaban echandose una chamusca, en coro les chiflaban y les gritaban, Hueecos, Hueecos, hue…..

Ja, ja, jaaaaa

jueves, 23 de octubre de 2008

Remedios

REMEDIOS DE LOS TIEMPOS DIANTES

Guatechapines,

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Fijense que hace como unas dos o tres semanas, a José Mejía (Chepe Cachetes) un agricultor frijolero del Oriente, le salieron en el lomo unas grandes ronchas como de este porte.
Y de ribete lo jodió un mal aire con dolor de rabadilla.

Y agarramos viaje pa la Capital, hasta ir a parar a un lujoso sanatorio médico, que está allí por la zona 10. Cabal atracíto del Campo Marte.
Ya van a ver lo que pasó, fíjense bien y van a ver.
De topadíta, la seño le hizo un nutrido rosario de preguntas al enfermo, pero una fué la que a mi me puso más avispado: ¿Tiene usted tarjeta de crédito?. Si señíto, contestó Chepe. ¿Autoriza chequear su saldo?. Claro que si, volvió a contestar el adolorido agricultor. Bien, le dijo ella, su saldo es veinte mil novecientos con treinta centavos, ¿Es correcto?. Claro que si, dijo el muy bruto.
Un tipo barrigudo y cachetón con mirada de chucho Buldog, nos chotiaba de reojo con una escopeta cuache en la mano que ya casi me alcanzaba el tronco de la oreja.

A partir de allí, le recetaron a Chepe Cachetes un abanico de exámenes con nombres raros y usando extraños aparatos. Curiosamente, el monto del gasto llegó cabalíto a veinte mil ochocientos cincuenta lorocos.

En ese momento se desgajaron de mi mente recuerdos del Doctor Aquino, aquel agraciado extensionista que llegaba a curar al pueblo. Era un hombre apacible y de buen humor, que tan solo con saludarlo, uno ya se sentía alentado. De eso ya hace mucho, eran aquellos tiempos cuando el mar muerto aun estaba enfermo.

Para el dolor de rabadilla, el Doctor Aquino recetaba emplastos con hojitas de romero, y la gente se curaba. Al que no tenia pisto, lo curaba fiado, y a veces esperaba el pago hasta la cosecha del mayzal. A veces le pagaban con pollos, chumpes o gallinitas de patio. El doctor trabajaba por su cuenta y llegaba al pueblo una que otra vez al mes, y nunca cobraba jaranas. La gente le pagaba por su voluntad. El decía que de esa manera, había recorrido toda Guatemala. Desde Jerez Jutiapa hasta Pajapita San Marcos, y se lo creíamos.
Me acuerdo que una vez llegó a la aldea vacunando gente contra la polio. Y cuando le iba a poner la indeccion a mi tío Chano, mi tío sorprendido le pregunto: ¿Doctor, esa gran agujota me va meter?, -Nooo, no don Chano, solo la puntiiita. –Mmmm, ¿aaah, como no?, viera Doctor que así le dijeron a mi hermana y después ella cargó un gran burrunche nueve meses…

Para el costipado recuerdo que el Doctor recetaba gotitas de romero revueltas con aceite de ricino. Si a los chiquitillos se les zafaban las barrillas o se les caía el cuajo y la mamá sospechaba de algún mal aire, entonces él les sopapiaba la mollera y les tomaba el pulso con las yemas de los dedos. A veces resultaba dando buches de agua tibia y salmuera, revuelto con chipustes de Palo Jiote y se los ponía a uno como emplastos en la nuca.
Y eso es puuuro cierto, yo vi que se curaban los patojitos.
Para la memoria de los viejitos, el Doctor afirmó tener un buen remedio, pero el mismo nunca pudo recordar el nombre.

El Doctor Aquino era un viejo ñecudo, colorado y altote que medía como uno noventa, o más quizás. Su mirada parecía chucho Colli, y en el fondo era apacible y servicial. A él, nunca se le acabó lo buena gente. Unos decían que era de Gualan Zacapa, otros que de Sansare y hasta decían que era del Cerinal. Nunca se supo de donde aquel buen hombre, solo se sabía que era médico y agrónomo.

Recuerdo que para el hipo recomendaba un susto, y si el enfermo era un recién nacido, entonces con la saliva de la nana, le pegaba en la frente un trapito colorado.

Para el mal de orín o mal de ojo, recomendaba horchata de jilote, para un estornudo daba cafiasprinas y mejorales, para el chorrillo recetaba horchata de semillas de Tapa Culo, bien destripadas en piedra de moler. Para las lombrices alborotadas recetaba cojollos de apazòte o bolitas de alcanfor, para el mal de camioneta daba Papelitos de Don Yemo, y para el riñón daba píldoras de Guit o pastillas del Doctor Roos.

Con tal de curar, el doctor Aquino le hacía a todo, menos a robar.
Sacaba muelas, ponía lavativas, daba purgantes de castor, de sal inglesa y de citrato de magnesio. ¿Qué no hacia el doctor Aquino?. Atendía hasta partos de yeguas, capaba coches, vacunaba pollos, hacía aboneras y todo aquello relacionado al ramo. También recetaba comida para recién casados, para velorios, y hasta pócimas para viejos divorciados o rabos verdes que quisieran seguir haciendo uso intensivo del utensilio. A los mayorcitos que quisieran matrimoniarse de segundo hervor, el doctor Aquino les recetaba cebolla colorada revuelta con sucrol, por aquello de que cuando el pájaro despertara se recordaran para que servía. Y si uno andaba con cara de chucho putiado, él hasta le convidaba poemas para enamorados.
¿Como la ven desdiay?, ¿a caso no es desarrollo humano eso?, ¿a ver?, ¿díganme si no?, ¿y diay…por qué se nos hizo tarde tan temprano? ¿en donde hemos fallado?....

Ahora que andamos con los precios tan inflados y la mujer en el mismo estado, urge pepenar la solidaridad. La verdá, la mera verdá, es que con ese modito de que cada quien arregle sus cositas por su cuenta, si que vamos bien jodidos.

Me acuerdo que el Doctor Aquino a ninguno le preguntaba si tenía pisto, o no. Si el caso del enfermo era grave, entonces se lo llevaba en la palangana de su picopito a la ciudad (el Reino Unido de Chiquimula).

Lo recuerdo bien, porque de ischoco yo le cargaba sus chunches en la aldea para arriba y para abajo, y toda la recompensa que él Doctor me daba era un par de caramelos o un librito bien chulo que encima decía: “Escuela Para Todos”.

De repentito, así de un día para otro, a mí también me dio dolor de rabadilla, junto con ronchas, desgano y hasta destrago de comer. Como que era empacho. Caí en cama como con dengue o no sé que diablos decían que era aquello. El doctor Aquino, ya no volvió a la aldea. Fíjense que por así de tantito y me voy con Pancho. Estuve a punto de patiar la cubeta y de tirarme la talanquera para irme al otro potrero. ¿Pero ya ven pues?..la yerbabuena nunca muere. Las horchatas de cojollos de guayaba revuelto con timboque que me dio mi mamá, me levantaron como a eso del mes y medio. Les juro que bajé de peso, y sin mentirles, llegue a pesar como unas dos o tres arrobas, o talvéz menos. Pero por fin, me levanté usando los remedios diantes del Doctor Aquino.
Cuando salí a la plaza de la aldea, yo iba todo puspo y caminando tembeleque. Vi hasta el fondo y apenitas alcance a leer un rotulo, que decía:

Doctor Manuel Aquino
Ministro de Agricultura...

...y fue muy bueno,... un hombre muy humano.

¿Qué nos pasa con el desarrollo rural?, ¿y la honestidad?, ¿y la solidaridad? ¿y la compasión, porque la hemos jubilado?


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Un mentado
Saúl Guerra
Copy Right: Reservados todos los derechos, incluidos los izquierdos.

jueves, 2 de octubre de 2008

El Viaje del Tio Nayo, de mojado




El Tío llegó a la capital, un día sábado por la mañana.

Venia como aventado con onda desde la Sierra de Las Minas. Se miraba todo avispado.


Sus acompañantes eran la inocencia rural y un nutrido caudal de palabrotas. Ni bien bajó de la camioneta canastera “Las Rutas Orientales”, y de topadita un tipo bien vestido, encorbatado y con un maletín en la mano, le dijo:

Don, ¿Uste quiere ser Tetigo de Jehová?,
¡ Aaah puuuta ¡, NO ME CHINGUE COMPA, si yo ni siquiera el accidente vi.

Eso le contesto el Tío ya bien encabronado, y con la misma se alejó de prisa y desconfiado.

Por la noche el Tío Nayo se hospedó en la casa del primo Félix. Un primo con su amplio repertorio de mañas urbanas y con tal de quedar bien con el Tio Nayo, le dice:

Tío, hoy lo invito a una fiesta de 15 años.

-Aah, no vos, pues eso si que no se va poder. Eso me parece muucho tiempo. Yo lo mas que te puedo acompañar es un par de días, pero 15 años no.

-Ah, lo entiendo Tío, -le dice el primo- entonces mejor lo invito a jugar Tenis.

–Pues fijate que tampoco a eso te voy acompañar, porque afigurate que yo a ese juego no le atino. Fijate que cuando yo estaba chiquito solo jugaba Mocasinas, Sandalias o Chancletas. Bien me acuerdo que las llenaba de piedritas y las jugaba afigurandome carritos. Pero, ¿tenis?, eso, si que no.

El Tío Nayo iba mojado a los USA.
Al siguiente día tempranito, se fue al aeropuerto para tomar el avión rumbo el estado de Texas. En el aeropuerto La Aurora, una señorita bien vestida, de tacones y con cinturita de avispa, se le acerca al Tío Nayo y le pregunta:

Don Nayo, ¿Primera o segunda clase?,

-Ah dio, ¿y diai que pasa aquí?, ¿si yo ni siquiera lapicero traje pa´recibir clases, señito?.

Finalmente el Tio se fue en avión en vuelo directo a Texas, y cuando llegó a aquel extraño aeropuerto, la aeromoza que le dio la bienvenida, le dice:

-Bienvenido Don Nayo, ¿Usted viene a Dalas?

-Pueees no, pero como hay que comer, que le vamos hacer.

Relato de un Chotiador Electoral

" ¡ Viva mi General Pérez, hijos de la tal por cual ¡ ", dijo en la oscurana una voz ronca a la mera hora de contar los votos.

Otra voz mas ronca dijo… SHÓ, y de ahí se armo la de Sanquintin hasta que llegó el molote de alguaciles a poner orden.

El antojo de ir a Jilotenango, fue de Feliciano, un profesor de Sociales. Y lo acabó de ajotar La Bella. Y yo, haciendo uso de las facultades que me confiere la regalada gana, muy confiado los seguí porque ellos son mis puros cuates. Agarramos a pata por el atajo, porque en la Cuesta de los Palos Gordos, se rumoraba que estaban los carros atascados. Allí la tierra es muy talpetatosa y bien resbaladiza. A ninguno se le alumbró la jodida que estaba por venir. A esas alturas ya eran como las doce menos cuarto. El camino a Jilotenango es empinado, y con tal de empezar a subir la sierra de a medio día para abajo, decidimos almorzar y esperamos tantito que se tancara el sol.

Bien dicen que los tiempos cambian, pero las mañas no.

Era la primera vez que en Jilotenango ponían una mesa electoral, y nosotros íbamos a reportar chanchullos en calidad de chotiadores electorales. Llevábamos la bendición de la santísima trinidad; el Rector, el Arzobispo y el Procurador. A ellos se les alcanzó armarnos caballeros andantes para chotiar las elecciones. Y a nosotros se nos metió tanto en las venas que nos lo agarramos muy en serio. Jilotenango es una aldea ubicada en medio de los cerros, con barrancos hondos, tierra suelta y altos peñascos. Tiene doce caseríos, no hay luz, ni tiempo de aire, ni nada de nada. En el camino nos llovió recio y tupidito, y los aguaceros nos destilaban hasta por en medio de los huesos. La Bella se mareó de tanto caminar mojada y con hambre. A todo eso ya habíamos pasado los Izotales, y estábamos casi encumbrando por la vuelta de Los Guachipilines. Ya llevábamos buen trecho de no saborear sosiego. Cuando la noche se nos vino encima, un suspiro nos salió de muy adentro, y entonces nos dio por pedir posada para descansar un rato en una casita humilde que estaba a la mera orilla del camino. Allí vivian un buen hombre y una viejita. Los dos ancianos solitarios, que usaban de cama, un tapesco con varas de carrizo. No recuerdo bien sus nombres, pero a pesar de la pobreza, se notaba que eran gente bondadosa. Nos dieron de comer caldito de Chatate bien recalientito, que según dijeron ellos, “…es comida buena pal desgano, y con eso nosotros aquí la vamos medio pasando…”. Eso contaron los ancianos. Aquel caldito de montes silvestres nos levantó el ánimo para seguir, y seguimos. Endilgamos la mirada y enfilamos las patas tercamente rumbo a Jilotenango. Después me enteré que en la Escuela de Nutrición, tienen esa planta silvestre como la más nutritiva descubierta hasta hoy. Cnidosculus acunitifolius, dicen los decíres que le dicen. Y seguimos trepando en la oscurana, caminando y caminando como zompopos en tiempo de canícula.

De repente, con la luz de los relámpagos, desde una loma devisamos el poblado. Apenas se miraban unas cuantas casas desperdigadas allá en el fondo, y a leguas se notaba los molotes de gente haciendo cola en el punto de votación. Estaban en un lugar que le dicen Los Encuentros. De lejos se miraba que era gente puchitera con caites y sombrero. Decían los decíres que las otras mesas las pusieron en Río Arriba. Por allí cerquita, en una tienda había música de aquella que da sed, pero en respetuancia a la ley seca, hubo de todo menos de aquello. No hubo traguitos de guisquil, ni de venadriles ni arte culinario relacionado al ramo. Todos los votantes estaban apiñados en una galerota de la escuela pública. Algunos estaban medio mojados y de cuando en cuando ponían cara de chucho regañado, pero la mayoría se miraban contentos luciendo camisa almidonada y pantalón sanforizado. Aquel entronque de los campesinos con la democracia, olía como a feria patronal y hasta ese momento ninguno se hacia chibolas. Se olfateaba que aquel nuevo centro de votación cumplía con el remedio; facilitar el voto rural de la lejanía. Las mesas estaban en un sanjon, justo en una isla del Río Carcaj. Se llegaba a votar pasando por un puente de hamaca, donde la gente se columpiaba zangoloteándose al paso. El generador de luz medio funcionaba. Todo se miraba folclórico, pero tenso. A la mera hora de destapar la urna 4, vino el encontronazo. En ese momento arreció más la lluvia y se dejaron venir más aguaceros revueltos con centellazos y relámpagos. Pero todo seguía normal, hasta que se cerró la urna y se empezaron a contar los primeros votos. Hubo dimes y diretes alegando que eran votos de los muertos, pero nada comprobable. Y nosotros, siempre chotiadores electorales, estuvimos ojo al cristo y al pisto. La cosa se puso jodida y poquito a poco la tensión subía como llamarada de tusas. Solo faltaba que alguien desgranara de su haber alguna palabrota de mal crianza para encender la mecha.

Había observadores de la OEA, y nosotros. En aquel lugar tan ermitaño, estábamos con el corazón blandito. Lo tenso nos hacia sentírnos ya almas del otro mundo. Los que contaban los votos de esa mesa, se ponían temerosos cuando en lo oscuro oían que decían… “Meneyele, meneyele pue compa. No seyga ruin, hayga o no hayga luz, usté aligérese pa contar”. Eso se oía que decían por no se donde en la oscurana. Eran unos tipos bigotudos con vestimenta rural, de mirada gacha y con corvo envainado en la cintura. Tenían toda la plantota de patrulleros. ¡ “Viva mi general Pérez, hijos de la tal por cual” ¡, dijo una voz ronca en las tinieblas. El agua arreció aun más, y ya a disoras el río no tenia orilla. Un espantoso zumbido de agua se dispersaba entre los cerros río abajo. Que call center ni que ocho cuartos, en Jilotenango solo se dan avisos con señales de humo o con la ayuda de algún santo arrecho. Menos mal que a Dios no se le a acabado lo buena gente, porque con su ayuda, la jaurilla de observadores muy aventajados en el arte de la palabra, logró calmar los ánimos a puros palabreados. Pronto guardaron las ganas de ganar, y de allí los sumos empezaron a bajar y finalmente reinó la respetuancia a la voluntad mayoritaria. Nosotros tomamos jugo de naranja para que el valor se nos bajara a su lugar.

Ya por la madrugada del día después, quitando peñascos y derrumbes, logramos salir de Jilotenango como a eso de las tres de la mañana. Feliciano y la Bella venían de juelgo alto, y alcanzando resuello ya no hablaban.

Ahí veníamos en fila india, bien mojados hasta el cubilete y con las actas electorales en la mano. Todo eso vive uno por andar metido en babosadas, pero digo yo que en apoyo a la democracia y a la libertad, bien vale la pena rifarse hasta el pellejo. Esto viene a colación para no volver a planificar más elecciones en tiempos de aguaceros. GuateMaya se lo merece.

Doy Fe.

¿ QUE TAL MUCHA ?

PASEN ADELANTE:

Este espacio es literatura de joda, mas chapina que los frijoles y la maña de pedir fiado.

No pretendo ganar el premio nobel ni cosa que se parezca. Aunque no me vendria mal, lo que quiero es pasarla bien.

Los comentarios y putiaditas seran bienvenidas.

CHINTO